Thursday, February 15, 2007

Un mundo mestizo, "y un día las olas van para allá"...

ARMANDO QUINTANA

15 de febrero de 2007

El mundo es mestizo. Y lo es por su propia naturaleza. No somos una bola terráquea y nada más. Somos muchos trozos de tierra rodeados de océano por todas partes. De un océano cargado de olas que van y vienen. Y un día las olas van para allá, y otro día vienen para acá. Un día el viento las envió para el continente americano. Otro más tarde vuelven hacia la vieja Europa.

Y las aguas, entre olas y olas, van mezclándose. Y los que salieron inmigrantes se vuelven emigrantes. Y los que llegaron, se quedan. Y aparece la familia. Y unos con aquellos, y aquellos con éstos van mezclándose y haciendo la sociedad. Así es el ejemplo clásico que siempre se pone: Nueva York. Quien allí ha estado lo ha visto de forma evidente. Quizá, por eso, por su mestizaje la ciudad está presidida por la estatua con la antorcha de la LIBERTAD.

Así es también toda América Latina. Un continente lleno de mestizaje, con gente que llegaron del Africa negra y con otros de diferentes países europeos.

El relato que sigue nos lo pone de manifiesto. Se trata de un caso nada más. El de Tere García Ahued, mexicana, de Guanajuato…, pero como Tere hay cientos y miles en México, Argentina, Venezuela, Cuba, …y en Europa cada vez con más intensidad. Todo es cuestión de para dónde vayan las olas del mar. En el caso de Tere las olas llevaron a sus abuelos paternos desde Galicia a México, y los maternos arribaron allá procedentes del Líbano. Galicia y Líbano se fundieron en México, y dieron lugar hace pocos días a este relato donde Tere cuenta lo que ha significado para ella ese cruce de olas en el gran océano:

“En algunas familias, las historias sobre emigrantes, están cargadas de dosis de recuerdos que dichos hombres y mujeres, que dejan su tierra en busca de algo mejor, transmiten como herencia a sus descendientes.

No quisiera escribir y escribir mensajes que terminan siendo siempre algo personal, pero en ciertos temas, tengo una necesidad de poder hablarlo con alguien.

La emigración, siempre será dolorosa aunque se hayan alcanzado progresos. Cantidades impresionantes de emigrantes, mueren lejos de su tierra, y algunos menos afortunados, nunca logran volver por alguna temporada tan sólo a ese pedazo de corazón que se había quedado a la espera de verles de nuevo.

Madres y padres que veían a sus hijos partir..., esposas que tuvieron que agitar su mano llenas de dolor cuando los barcos se alejaban de los puertos... En el caso de los emigrantes gallegos, que es de lo que yo puedo opinar, las tradiciones y costumbres permanecen, y son esos hombres fuertes que un día pisaron tierras americanas, los que años más tarde, enseñan a sus nietos a bailar la jota, a comer filloas con vino tinto..., a cortar las lonjas de jamón serrano y pan..., a tenderse en una mantita sobre el campo y a cortar flores frescas.

Son esos emigrantes que cantan en su idioma y hacen corear a su familia estrofas de canciones que no olvidan..., aquellos que cuentan la oscuridad de la noche, el frío de los inviernos y el hambre en el cuerpo, cuando las manos estaban fuertes..., pero no había remedios.

Aquellos que siguen comiendo potajes invernales en pleno calor sureño, tan solo porque el sabor de esos caldos les recuerde a sus madres y abuelas. Y son esos hombres y mujeres que nos dejan huellas en el alma, porque somos los nietos los que los gozamos, pues han trabajado lo suficiente y nos entregan el tiempo que no podían en su momento dar a sus propios hijos.

Esos abuelos y abuelas que cuentan historias, que hacen guisos que nadie puede cocinar nunca de la misma forma. Son esos tintos y blancos que con ellos saben a néctar.

Son ellos que nos pasan todo, nos consiguen todo, hasta poder brindar con un poco de sidra por las navidades, aunque se tengan siete años..., y son esos pedazos de pan, remojados en vino tinto, lo que nos confirma que se lleva en la sangre la misma fuerza.

Somos los nietos los que los amamos con más fuerza, porque la herencia no es ese árbol frondoso que da tanta sombra, no son esas piedras que se elevan en edificios, casas y comercios por los que lloraron y sudaron..., su herencia es aquella que hace que se te erice la piel y llores cuando escuchas canciones o música que ellos amaban. La herencia, son esos aromas, sabores y sonidos que nos recuerdan nuestros días maravillosos en " casa de los abuelos”.

Mi abuelo me llevaba al centro de la ciudad a comprar caramelos. Era una tienda donde se exhibían toda clase de chocolates, galletas y dulces de variadas formas en unas vitroleras inclinadas con tapa metálica. Todavía recuerdo aquellas bolsitas de papel que eran llenadas con un cucharón cargado de golosinas.

Y es por infinitos recuerdos que quise escribir este mensaje, porque dentro de estos comentarios personales, habrá siempre emigrantes no solo gallegos, sino de todas partes del mundo a los que debemos honrar, porque lo que somos hoy esos nietos de cada uno, se lo debemos no solo a su sangre, sino a ese miedo superado cuando atravesando los mares, llegan a tierras desconocidas, y a pesar de convertirse luego en su nueva tierra, mueren sin volver nunca a la que los vió nacer.”

Hasta aquí esta operación de mestizaje cuyo resultado es Tere García Ahued, contado por ella misma. No es el único. Son muchos los que se dan hoy en nuestro mundo real. Por ese derecho a emigrar que siempre hemos ejercido, ya sea en tribulaciones o prosperidad. Porque, sobre todo, cuando se convive con la angustia, con la necesidad es cuando más se intenta ejercer el derecho a buscar un asidero para poder vivir, ya que, en todo momento, tenemos esa posibilidad.

Ese derecho a emigrar, en toda circunstancia y etapa histórica, ha hecho posible el mestizaje que a todos nos posee de una u otra manera

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