Tuesday, June 24, 2008

"Orfeo, lo que de él queda (si queda),/lo que aún puede cantar en la tierra..." Poema inolvidable de Montejo.




Y sólo entre tanta ausencia y con problemas de la existencia, me llegan los poemas de Eugenio; listos para los lectores del blog y gracias al Profesor Silvio Orta. Él mismo los dedica a la gente amiga del Astoria... Desde aquí un poeta, un gran poeta que se nos fue tan de repente cuando su voz nos es tan necesaria. TC.



Gente amiga del Astoria:

Eugenio Montejo era mi amigo. Hace ocho días
Partió para dejarnos la tierra más clara. Por eso
quise esta noche dejarles algunos de sus poemas.
Son buena compañía: para las conversas,
para el silencio, para la compañía, para la soledad.
Para el amor y sus vinos.
Son el amor y el vino.
Silvio.
20 de junio de 2008

LA POESÍA

La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras.
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.

CANCIÓN

Cada cuerpo con su deseo

y el mar al frente.

Cada lecho con su naufragi

y los barcos al horizonte.

Estoy cantando la vieja canción

que no tiene palabras.

Cada cuerpo junto a otro cuerpo,

cada espejo temblando en la sombra

y las nubes errantes.

Estoy tocando la antigua guitarra

con que los amantes se duermen.

Cada ventana en sus helechos,

cada cuerpo desnudo en su noche

y el mar al fondo, inalcanzable.

DURA MENOS UN HOMBRE QUE UNA VELA...

Dura menos un hombre que una vela
pero la tierra prefiere su lumbre
para seguir el paso de los astros.
Dura menos que un árbol,
que una piedra,
se anochece ante el viento más leve,
con un soplo se apaga.
Dura menos un pájaro,
que un pez fuera del agua,
casi no tiene tiempo de nacer,
da unas vueltas al sol y se borra
entre las sombras de las horas
hasta que sus huesos en el polvo
se mezclan con el viento,
y sin embargo, cuando parte
siempre deja la tierra más clara.


ORFEO.

Orfeo, lo que de él queda (si queda),
lo que aún puede cantar en la tierra,
¿a qué piedra, a cuál animal enternece?
Orfeo en la noche, en esta noche
(su lira, su grabador, su cassette),
¿para quién mira, ausculta las estrellas?
Orfeo, lo que en él sueña (si sueña),
la palabra de tanto destino,
¿quién la recibe ahora de rodillas?

Solo, con su perfil en mármol, pasa
por entre siglos tronchado y derruido
bajo la estatua rota de una fábula.
Viene a cantar (si canta) a nuestra puerta,
a todas las puertas. Aquí se queda,
aquí planta su casa y paga su condena
porque nosotros somos el Infierno.


PÁJAROS

Oigo los pájaros afuera,
otros, no los de ayer que ya perdimos,
los nuevos silbos inocentes.
Y no sé si son pájaros,
si alguien que ya no soy los sigue oyendo
a media vida bajo el sol de la tierra.
Quizás es el deseo de retener su voz salvaje
en la mitad de la estación
antes que de los árboles se alejen.

Alguien que he sido o soy, no sé,
oye o recuerda,
si hay algo real dentro de mí son ellos,
más que yo mismo, más que el sol afuera,
si es musical la fuerza que hace girar el mundo,
no ha habido nunca sino pájaros,
el canto de los pájaros
que nos trae y nos lleva.



ESCRITURA

Alguna vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.

No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.

Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.

Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.



SEPTIEMBRE

Mira setiembre nada se ha perdido
con fiarnos de las hojas.
La juventud vino y se fue,
los árboles no se movieron
El hermano al morir te quemó en llanto
pero el sol continúa.
La casa fue derrumbada, no su recuerdo.
Mira setiembre con su pala al hombro
cómo arrastra hojas secas.

La vida vale más que la vida, sólo eso cuenta.
Nadie nos preguntó para nacer,
¿qué sabían nuestros padres?
¿Los suyos qué supieron?
Ningún dolor les ahorró sombra y sin embargo
se mezclaron al tiempo terrestre.
Los árboles saben menos que nosotros
y aún no se vuelven.
La tierra va más sola ahora sin dioses
pero nunca blasfema.
Mira setiembre cómo te abre el bosque
y sobrepasa tu deseo.
Abre tus manos, llénalas con estas lentas hojas,
no dejes que una sola se te pierda.

Wednesday, June 18, 2008

Para un gran poeta: Eugenio Montejo


En estos días he vuelto a la relectura del libro de ensayos El Taller Blanco, título que Montejo selecciona para esa publicación; precisamente por todo lo que relata Juan Villoro en este texto que reproduzco para el lector y que me llegara de manos del Profesor Silvio Orta (Universidad de Oriente), Venezuela. Pronto haré una selección para este blog de la poesía de Montejo, gran poeta , uno de los más grandes a la par de Rafael Cadenas. Les dejo estas palabras y la blancura de la harina despierta en las madrugadas de la infancia y que se quedaron fijadas a la memoria en ese taller del ensueño. tc.

El pan dormido

Por Juan Villoro

Ha muerto el poeta venezolano Eugenio Montejo. Poco antes de cumplir los 70 años se integró a la ronda de fantasmas que viven en su poema "Los ausentes".El padre de Montejo fue panadero en tiempos anteriores a los hornos eléctricos, cuando la harina se confiaba a una cavidad de ladrillos rojos, donde los leños ardían despacio. Aquel hombre que conocía la dignidad del trabajo duro se inició como aprendiz, barriendo y cargando canastos, ascendió a maestro de cuadra y pudo al fin poner su propia panadería. En el ensayo "El taller blanco" su hijo recupera una infancia dedicada a contemplar el paciente esfuerzo de inventar el pan: "La harina es la sustancia esencial que en mi memoria resguarda aquellos años. Su blancura lo contagiaba todo: las pestañas, las manos, el pelo, pero también las cosas, los gestos, las palabras". Ésa fue la escuela de un poeta.Montejo prefería trabajar en el silencio de la noche, cuando sólo algún pájaro despistado conservaba su jornada de trabajo. No es casual que dedicara poemas al ánimo tembloroso de una vela, a los asombros de una noche natal, a los trenes nocturnos, a la soledad de la "noche en la noche", cuando los amigos se van por cigarros o cervezas y prometen volver pero no lo hacen.Como los panaderos, Montejo horneaba con calma sus poemas para que despertaran a la luz del día. Sus versos están construidos con la sencillez de quien dispone de una materia elemental que se puede amasar de modo infinito. Una voz directa habla de las cosas del mundo: "Cruzo la calle Marx, la calle Freud;/ ando por la orilla de este siglo,/ despacio, insomne, caviloso". En su recorrido, encuentra una mujer dormida, un burro que soporta el castigo de su amo y no se queja, un jardín intacto, un niño que abre los ojos en el pabellón de prematuros, las variadas sombras que arrojó Pessoa y un gallo loco -siempre un gallo- que, al modo del poeta, canta a deshoras."La poesía de Eugenio está hecha de elementos simples", me dijo un día Álvaro Mutis, "lo interesante es cómo los desordena". Montejo no describe: inventa. Cuando habla de una mesa revela el dolor de la madera, lo que siente en clave secreta mientras el vino se derrama y los demás conversan o mientras aguarda, largamente, su oportunidad de intervenir, de volver a ser el sostén de la comida.Montejo fue un poeta de los adioses. Se despidió del siglo XX, de su padre, de sus amigos, de Lisboa, de otros poetas convertidos en estatuas e incluso de sí mismo: "era mi despedida de este mundo/ la primera vez que me moría". La evocación de lo que se va y regresa como perdurable ausencia era su forma de estar presente. Ahora que ha muerto, hay algo a un tiempo reconfortante y doloroso en ver los muchos pañuelos blancos que dicen adiós en sus poemas. Nadie estuvo más capacitado que él para subir a un barco, levantar la mano desde la popa y volver ese gesto inolvidable.Gracias a que fechaba sus dedicatorias, puedo rastrear la primera y la última vez que nos vimos. Conocí a Eugenio Montejo el 18 de agosto de 1987. Era un hombre discreto, que prefería hablar en voz baja, de educación siempre presente y nunca artificial. Como el otro poeta mayor de Venezuela, Rafael Cadenas, no derrochaba palabras en la conversación; reservaba la lumbre para sus versos. En el país del vociferante Hugo Chávez, la mesura del poeta Montejo era un imprescindible valor ético.Adicto a Portugal, donde pasó varios años, el autor de Alfabeto del mundo tenía las maneras tranquilas, la elegancia sobria y la "tristeza buena" de un personaje de Pessoa. Hablar con él era una lección curiosa. Montejo reivindicaba la relación sencilla con lo que vale la pena. Había conocido mares, islas y bibliotecas, pero sabía que nada es tan necesario y misterioso como el pan.Nos vimos por última vez el 2 de agosto de 2005, en casa del poeta Eduardo Hurtado y de su esposa Marcela. A la cena asistió Guillermo Arriaga, quien tuvo el tino de incluir un poema de Montejo en la película 21 gramos. Esos versos que llegan como primeros auxilios (Sean Penn se los recita a Naomi Watts en un hospital) hicieron que la poesía de Montejo comenzara a ser muy leída en Estados Unidos. Durante la cena, Arriaga y Montejo encontraron territorio común en los animales. Uno era un arriesgado cazador de presas y de historias, otro coleccionaba las voces de las aves que escapan para cantar. Arriaga contó que los gansos suelen enviar a un explorador para saber si es seguro bajar a una laguna; en caso de que el explorador se equivoque, es expulsado de la parvada. "Un poeta exiliado", comentó Montejo.Con la cortesía que puso en todos sus afanes, el autor de Terredad tomó la previsión de anticipar lo que debíamos decir de él. El poema "La poesía" define su legado: La poesía cruza la tierra sola,apoya su voz en el dolor del mundoy nada pide- ni siquiera palabras. Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;tiene la llave de la puerta.Al entrar siempre se detiene a mirarnos.Después abre su mano y nos entregauna flor o un guijarro, algo secreto,pero tan intenso, que el corazón palpitademasiado veloz. Y despertamos. Montejo tuvo la llave de la puerta. ¿Qué dejó en su taller blanco? El título de la novela del escritor cubano José Soler Puig, El pan dormido, resume su trato con las palabras.En la noche del 5 de junio, Eugenio Montejo se robó el fuego por última vez.Al día siguiente, el pan estaba listo.

Tuesday, June 17, 2008

Últimos días de una casa y unas palabras para Josefa...



PALABRAS PARA JOSEFA ZAMBRANO Y ULTIMOS DIAS DE UNA CASA DE DULCE MARIA LOYNAZ
Teresa Coraspe

Abrir el correo y encontrarme con el texto de JOSEFA ZAMBRANO y volverlo a empezar a leer como por arte de magia, es una delicia, una maravilla un asombro que no tiene fin; mucho más ahora cuando ha llovido durante toda la noche y la mañana está bellísima como para ir a sentarse frente al mar cubano o frente a nuestro río que es por demás bello. Pero amiga, leerte es profundizar en ese enamoramiento interior por la poeta cubana; es como ir por el río de la sangre que todo lo atropella en una convulsión de los sentidos. No puedes imaginarte, querida Josefa, las una y mil veces que he releído y vuelto a leer tus palabras, sin siquiera, (hasta hace poco) haber tenido la dicha de saborear una palabra completa de Dulce María Loynaz, pero tú supiste seleccionar la metáfora exacta, el verso preciso, donde la soledad, el amor y el tiempo se conjugan para hacernos disfrutar una atmósfera plena. Y si textos tan malos como los de Isabel Allende, fueron una maravilla al llevarse a la pantalla ¿te imaginas, querida e inolvidable amiga, lo que sería ese trabajo tuyo con un guionista de los tan buenos que existen en el mundo de la cinematografía? Tanto me ha apasionado la relectura de "tu" jardín... que he vuelto sobre toda tu obra, y muy especialmente en "Taumaturgias del Verbo", donde también pusiste lo mejor de ti en "Marie-Pierre Fernandes: cerca de Kateb Yacine, lejos de Nedjima", es un hermosísimo canto al amor, la amistad, el dolor y la ausencia que corroen el mundo en determinados momentos históricos y que como una gira infernal, se repiten a lo largo del mundo. Y que aún existan, en pleno siglo XXI, mentes fijadas en la Edad del oscurantismo. No querida, no puedo dejar desapercibido ese hermoso texto. Tengo que expresarme, porque no sabemos si podremos hacerlo en el futuro, no tanto por la coyuntura política de un régimen, también oscuro; sino por el espacio y el tiempo vital. Es tan breve, la vida, cara Josefa, tan desconsideramente sorprendente que volver cada minuto a respirar es como un gran milagro de Dios y de los dioses. Tu libro merece ser leído por toda persona que le agrade la buena lectura, los libros que son de calidad como los que tú escribes. ¡Mucho tiempo de amistad y poco de reconocimiento! Hoy te dedico este espacio de "Ojo de Buho", para promover la lectura, que es lo que deberiamos hacer: leer para que el espíritu se forme y controle en la faena del amor, la amistad y el conocimiento; para erradicar de una vez por todas el maniqueísmo y la controversia banal y así poder construir un mundo donde las ideas sean libres y aunque pareciera una contradicción, pero no lo es, porque cuando en el mundo atropellan y fusilan a las personas por sus ideales, se ve que hay algo podrido en el ser humano, y no sólo en Dinamarca, y no sólo en la Literatura, sino en todo el orbe. ¿Qué más podría añadir, sino unos poemas de Dulce María Loynaz, esos que tú has saboreado al calor del recuerdo, de palabras que te llegaron en forma profunda y penetraron tu alma de escritora, con ese fuego que sólo anida entre los buenos.

Poemas de Dulce María Loynaz:

LA BALADA DEL AMOR TARDIO
Amor que llegas tarde,

tráeme al menos la paz:

Amor de atardecer,

¿por qué extraviado camino llegas a mi soledad?

Amor que me has buscado sin buscarte,

no sé que vale más:

la palabra que vas a decirme

o la que yo no digo ya...

Amor...¿No sientes frío? Soy la luna:

Tengo la muerte blanca y la verdad

lejana...No me des tus rosas frescas;

soy grave para rosas. Dame el mar...

Amor que llegas tarde,

no me viste

ayer cuando cantaba en el trigal...

Amor de mi silencio y mi cansancio,

hoy no me hagas llorar.

QUIEREME ENTERA

Si me quieres, quiéreme entera,

no por zonas de luz o sombra...si me quieres,

quiéreme negra

y blanca. Y gris, y verde, y rubia,quiéreme día

quiéreme noche...

¡Y madrugada en la ventana abierta

!si me quieres, no me recorte:¡quiéreme toda...

o no me quieras!

Han sido muchos los trabajos que se han escrito sobre Dulce María Loynaz, cubana, nacida en 1902, y para la posteridad, un domingo 27 de abril de l997. En l992 obtuvo el Premio Cervantes para honrar una vez más tanto al premio como a la feliz ganadora.

Tomado de la página "Ojo de Buho", que dirige TC en www.arteliteral.com

Monday, June 02, 2008

Un poema de Francisco Alarcón, Venezuela




ABATIMIENTO

Quizá siempre, o muchas veces mire al mundo con tristeza
El triunfo si lo hubo no fue nunca para mí,
Los fracasos siempre fueron eso
Miré al infinito con ojos de vidrio, de invidente

Hoy, todavía no lo sé,
Ni con tu ayuda he podido resolver mi problema
¿Por qué tanto abatimiento?
¿Por qué tantas flores negras?

Me muero por vivir y vivo muriendo,
No como el Quijote, sino con angustia real
No es una novela que se explaya en el tiempo
Es un cuento corto que no ha conseguido su final

Miré siempre el finito de las cosas antes de comenzar,
Sin embargo, casi siempre logré llegar donde quise
Pero no lo disfruté, lo deshice en el camino
Di tumbos, los sigo dando, no concluyo

¿Por qué? No lo sé

Mi rumbo no es normal, pero es propio
No soy Cagliostro,
El espacio me dejó verlo desde variados ángulos
Unas veces fui lo que quise ser, otras no

¿Por qué tanto abatimiento?

Tuve amigos y enemigos, soy existente
Tuve vino, pan y mujer
Tuve y tengo sueños pero también pesadillas
Será real está vida de inconformidad

El alcohol no la llegó a destruir
No la mitigó, la traicionó cruelmente;
Sigo en el camino viendo figuras y contrafiguras,
Renuente a veces a continuar

Quiero hallar en ti todo,
Cuando todo no existe, aunque así lo queramos
Más no sé si aspiro a la vida o a ese todo
O me desvivo en la nostalgia para vivir abatido

Pronto, quizás lo encontraré
Pero no se lo diré a nadie,
No habrá comunicación en el ausente
En la visión eterna, sin disculpas, sin agravios

¿Descubriré la razón de mis abatimientos?
Solo con ella la imponderable muerte,
¿Me lo revelará todo, me dirá porqué existí?
Me llevará a mi libertad en paz
Si es así: ¡Gracias amiga mía!
Alejandro Peña Esclusa, Francisco Alarcón y Américo Martín
en el bautizo del libro de poemas de Alarcón.
Caracas, Venezuela.