Sunday, October 31, 2010

LA MUCHACHA DE FIRENZE, A MARA VITANZA


Vino de la Italia de Post-guerra, un día; aquí en Ciudad Bolívar del río creó la Escuela de Las Artes del Fuego: "Alejandro Colina"; enseñó dibujo, pintura y cerámica. Su obra ha sido reconocida en todo el país, numerosos catálogos nos hablan de su arte: esas formas de luna que son hermosas y que sus manos han recorrido con toda la ternura de una gran artista. Mara es para el tiempo, no cabe duda. Ahora está enferma, la vida es así, tiene su ciclo. No voy a referirme a su amplia biografía como artista, ni a su esposo Franco Vitanza que tanto luchó por una Venezuela libre de malaria y tantas otras enfermedades que, azotaban al territorio esos años cuando la medicina, era el valor del campo y el esfuerzo personal íntegro. Sólo quiero regalarle unas letras, quizás pocas, para lo mucho que merece: Ella la muchacha de Firenze.

La acompaña en la foto su hijo Ricardo, Arquitecto y ex-director de Turismo del Estado Bolívar, quien en la sala lee para ella la ofrenda de una mujer que la admira y quiere, con esa admiración del silencio y la ternura. (fOTO de Nancy Belgrabe)

Teresa Coraspe.


LA MUCHACHA DE FIRENZE


Ella
la dueña del espacio
y de las formas
de la casa alta
y castillo de luces y colores

Ella
bella muchacha de Firenze
de la eterna negrura entre los ojos
cálida y suave/
al trópico encendido
llegaste
hace ya mucho tiempo
y vives y creces entre raíces
que tu mano voladora
y risueña trazó
en la hondura de las paredes y el lienzo
en los fulgores de luna y terracotas
verdes arenas movedizas
entre tus manos
abiertas a la belleza imperecedera
no has de crecer
entre los rincones de la casa
ni de una habitación lúgubre
donde la magia destejió
vestidos rotos
Tú eres etérea y vuelas
te desplazas más allá
de lo que sólo puede ser
percibido por el alma

Muchacha de Firenze

soñadora de sueños
soñadora de imágenes
siempre joven y eterna
sin tiempo
con las plumas celestes del alba

eternamente señora de tus manos.

a: Mara Vitanza
26.10.2010

Sunday, October 24, 2010

De Pablo Mora, La Calle 4 (escritor venezolano)




LA CALLE 4

Pablo Mora


La calle 4... donde me lanzó la aldea con dos viejos, tres hermanos y cuatro reales de por medio, donde conocí las lágrimas del sauce, donde conseguí el amor a tiempo, la de aquella Gruta, aquella Cueva que me enseñó la cara de la vida, la del Cristo que me mostró el color tostado de la piel cuando se va la guerra, la de Rafael, guindando de un árbol para siempre, la de Ofelia y sus alegres mamarrachos perdidos en no sé sabe qué botija, la de Doña Jabiela curando de maldeojo a tanto rico y pordiosero, la que me llevó a la Ermita, la de mi padre apacentando sus canarios, la de las madrugadas en busca de oración, la de María Bonita, Muela 'e Gallo, Pedro Chapuzas, Media Vuelta y María la de verde siempre con su eterno olvido, la de Elio y las primeras rimas, la del viejo seminario de mi padre, con sus calificaciones siempre en rojo, la de Pedrito el de Vanguardia, el que se fue al cielo a cobrar sus prestaciones, la de ahorcar los hábitos para irnos por la vida a hacer la guerra. La calle 4, para emprender el viaje por el mar y por la nieve, la de la más alta pesadilla, el día que se perdió mi sobrinita, la de la monjita española que lucía tanto camino de la misa o del altar, la del primer artículo y el primer poema, la del poema Azul de Salmerón Acosta y el Soneto Enamorado de Francisco Luis Bernárdez; la del Dios deseante y deseado de Juan Ramón Jiménez junto al Fausto de Goethe, los Poemas Humanos de Vallejo, las Residencias en Tierra y el Canto General de Neruda; la de Mayakovsky, Hernández, Pound, Whitman y Pavese; la de Dante, Huidobro, Benedetti, Cardenal, Cote Lamus y Gaitán Durán, Fidel, el Che, Camilo, Ojeda, Ugarte Pelayo y Argimiro... la de Pedro Pablo, Dionisio, Olivera, Ilia, Carrero Mora, Beroes y Manuel Felipe; la de Rubén, Michelangeli, Castro Medina, Mendoza, Alviárez, Agustín o Brun Detuski, Rafael o Carlos Guérin, Myriam, Pereyra, Campos y Ulacio; la de la Ópera Carmen junto al anafre de las cinco de la tarde, la de la primera clase en el Santa Teresita, el de las dulces onzas y puntales, la del Santísimo, quien me ayudó a no perder la fe, la de las hermanas Alix y Graciela Ruiz con su Album de la Rotunda de 1902 y versos de 1800, la de las Hermanas Ocariz de Rubio, la de la luna de tres de la madrugada, la del napalm a la hora de cantar el gallo para emprender el viaje a Cannes y los Alpes. Donde una tarde me fui en busca del amor y me encontré el monumento de la Francia. La calle 4, con misiles rusos, cubanos, Radio Habana, fusiles y guerrillas, la del 23 de Enero y el Cuartel Moncada y el Mayo del 68 en Turín con frío. La del negro Julián venido de no sé sabe dónde; la de La Bota Negra por donde mi madre bajó y subió, subió y bajó con su matriz al hombro mientras yo insensato tarde la noche con mi amigo parla y parla. La calle 4 No. 12-122. La calle 4 No. 11-61. La calle 4 No. 10-36 subida, bajada y brinco por la vida. La calle 4 No. 15-13. La calle 4 No. l5-l5, la lucha clandestina, el confinamiento de la vida. La calle 4 y pico No. 1-59 Las Acacias, esperando lo que venga, agazapado en el rincón de un cuarto, donde parece ancló mi vida, para irse cualquier día de repente si no es que viene un hijo de puta de la CIA a llevársela antes de tiempo... o algún toche policía a jodernos la paciencia... La calle 4 No. 10-36 frente a un par de leones de tramoya... La calle 4 y pico, digo... Las Acacias, echando vaina todavía, al compás de este insomnio terminal.
De. Insomnio Terminal.

Thursday, October 21, 2010

CARINA RUGGIERO, (escritora argentina)


(Relato enviado por María Gabriela Abeal)


LA LLORONA
(Cuento)

Créanme... Es cierto que algunas personas enloquecen por amor.
Cuando me enteré de la historia que voy a narrarles sencillamente quedé pasmado. Mis manos temblaron y comencé a sudar un sudor inagotable que no cesó durante muchos días. Tampoco pude dormir. Así que durante varias jornadas he andado transpirando y desvelado por la vida.
Hacía quince años me había ido de El dorado (1) confundido y desilusionado, víctima de un desengaño amoroso.
Estaba profundamente enamorado de Clara y ella de mí pero el destino quiso que nos conociéramos tarde. Yo era soltero y aunque Clara era una mujer casada nos enamoramos profunda, salvaje... locamente.
Sólo una alternativa tuvimos entonces para estar juntos: Huir de allí y permitir que nuestro amor floreciera en un lugar donde nadie nos señalase con el dedo juzgando la pasión prohibida que nos unía; y donde estuviésemos a salvo de morir asesinados por el esposo de Clara, cuya mayor habilidad consistía en el excelente manejo del machete, pues trabajaba en el monte.
Pero el día en que debíamos encontrarnos en la Terminal de ómnibus para escapar ella no apareció.
Estuve allí desde la madrugada. Esperé dos, cuatro, veinte horas ¡Hasta dos días sin moverme! Entendí entonces que la ausencia delataba su modo de decirme que no estaba dispuesta a correr riesgos y venir conmigo a Buenos Aires.
Me fui solo. Los tres primeros años estuve verdaderamente triste. Tenía el corazón congelado y un frío punzante me perforaba el alma de dolor. No podía olvidarla, la amaba demasiado como para dejar de pensar en ella. Luego, decidí extirpar definitivamente de mi vida esos recuerdos y todo sentimiento hacia Clara.
Pensé que si no se arriesgó fue porque no me amaba de verdad y ayudado por el resentimiento y el tiempo, su rostro en mis pensamientos se fue disipando.
Sólo algunas noches aparecía en mis sueños y sólo algunas veces, me preguntaba qué extraños motivos la hicieron desistir y faltar a la cita ese cinco de octubre.
La repuesta a mi pregunta fue una incógnita durante quince largos años.
Pero una tarde recibí un llamado de mi esposa en la oficina. Había llegado correspondencia del único pariente con vida que tenía en Misiones.
El tío Walter, hermano de mi padre, pedía que fuese con mi familia a visitarlo argumentando no conocer a mis hijos, que podría morir en cualquier momento y que deseaba verme nuevamente. Debo confesar que a pesar de estar felizmente casado rechazaba la idea de regresar a esa ciudad. No tenía intención de revivir el pasado y con ello el sufrimiento de aquellos tiempos. Además me había jurado no volver jamás. ¿Y si me cruzaba con Clara? No... ¡No podría resistirlo! Pero mis dos hijos insistieron y mi esposa aprovechó la ocasión para recordarme que desde la luna de miel no volvimos a salir de vacaciones.
El siguiente fin de semana viajamos hacia El dorado. Llegamos al amanecer.
Fue emocionante ver nuevamente la tierra colorada, el monte espeso al costado de la ruta… la neblina cubriendo sutilmente el paisaje.
Bajamos en la Terminal y allí estaba el tío Walter, esperándonos.
La vejez invadía su apariencia sin afectar el porte y elegancia que lo caracterizaban. Extendió los brazos y sonrió al reconocerme.
Entre saludos y presentaciones perdí de vista al más pequeño de mis hijos y desesperadamente lo busqué entre los vendedores de chipa (2), remiseros y pasajeros que deambulaban por ahí.
Entonces, frente al mismo banco de madera en el cual permanecí dos días sentado, observé a mi hijo parado ante una linyera.
La mujer emitía un lamento continuo... indescifrable.
Alguien dijo en tono burlón: -¡Ahí está la llorona gritando otra vez! ¡Pobre loca!...
Tenía los pies desnudos y con las manos tironeaba su pelo enmarañado mientras un balanceo rítmico se ajustaba a sus quejidos.
Mi niño estaba inmóvil, impresionado por aquel cuadro horroroso y cuando corrí hacia él tomándolo del brazo recibí una mirada de la linyera.
Sus ojos extraviados se posaron en los míos y me sonrió. Luego emitió un grito impresionante, se tiró al piso y comenzó a revolcarse brutalmente.
Nos alejamos rápidamente, y cuando regresamos al colectivo donde mi esposa seguía descargado equipaje, me topé con el rostro serio del tío Walter.
Esta vez me miró con tristeza.
-Gurisito (3) - Dijo con voz suave y sin anestesia, mientras recibía yo, sus palmadas en la espalda- Esa es la Clara ¿Te acordás? La esposa del gringo Fritz. Parece que el marido la pescó saliendo por la ventana con las valijas listas para irse con otro hombre. Le dio una tremenda paliza, le cortó la lengua con el machete y la echó a la calle. En el pueblo todos le negaron el saludo, nadie volvió a hablarle, ni siquiera sus padres.
Y prosiguió:
- Enloqueció enseguida y desde entonces, viene todas las noches a la Terminal a llorar por su amado. ¡Pobrecita! Se quedó sin marido y sin amante. Es una pena ¡Tan linda mujer! Y véala ahora... revolcándose así por el suelo.
Créanme... Sentí hundirme yo también en la locura... ¡Clara intentó escapar! ¡Clara me había amado! Y yo huí como un cobarde, sin averiguar jamás qué le había ocurrido.
La gente se vuelve loca por amor y mi amada se convirtió en La Llorona de El dorado.
Y yo... en un hombre con las manos temblorosas que no puede dormir, porque se me aparece en sueños, con su mirada extraviada y el rostro tieso... avejentado.
Constantemente la escucho aullar de dolor, arrancándose el cabello.
Esperándome, cada noche en la Terminal, para huir conmigo hacia un sueño que nunca se hizo realidad.

Glosario:(1) El dorado: Ciudad de la Prov. de Misiones a 200 Km. del Norte de Posadas y a 100 Km de Puerto Iguazú. (2) Chipa: Alimento basado en almidón de maíz o mandioca, típico de la zona del Litoral de la República Argentina. (3) Gurisito: Niño, en idioma Guaraní.