Friday, November 09, 2007

NO AL TOTALITARISMO; NUESTROS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS RECIBEN LAS BALAS POR NO ACEPTAR UN CONTINUISMO EN EL PODER POLÍTICO.







MIS HIJITAS DE PAPÁ
Ramón Guerra B.
rmguerrab@gmail.com
La tarde del domingo 4 de noviembre, mientras el Presidente arremetía con amenazas hacia los estudiantes, la muerte no había terminado de cobrar su saldo de víctimas de ese fin de semana. Nunca sabemos las cifras en realidad. Los cuerpos de 4 jóvenes (las principales víctimas), asesinados en las tribunas del Poliedro de Caracas, durante un espectáculo, yacían aún en la morgue de Bello Monte. Este saldo rojo (“rojo rojito” como diría Rafael Ramírez), al comandante lo tiene sin cuidado. Lo trasnocha la estabilidad de las cuatro patas de la silla de Miraflores. De allí su ensañamiento contra los jóvenes universitarios que marchan en las calles y su despreocupación por los asesinos que andan sueltos matándolos.
No conforme con las amenazas proferidas, los llamó despectivamente: “Hijitos de papá”. Olvida el comandante que la Constitución de 1999 aún consagra el derecho a manifestar. Dicho artículo no especifica quiénes tienen derecho a manifestar y quiénes no. Es decir señor Presidente, los hijitos de papá o de mamá, de la abuela o de quien ¡carajo! los parió, tienen derecho a protestar y a no quedarse callados ante la amenaza que representa su nueva constitución. Vaya encargando entonces más bombas lacrimógenas, rolos, peinillas y cuanto se le antoje para reprimir, porque nuestros muchachos no van a dejar la calle tan fácilmente.
Tengo el tono subido, no lo niego. Aunque no hago honor a mi apellido. Tengo además 2 hijas estudiando en Caracas. La mayor de 20 años en la Universidad Simón Bolívar y la menor de 16 recién comenzó en la Universidad Central de Venezuela. Como a cualquier familia venezolana, para la nuestra, es un enorme sacrificio mantenerlas allá. No porque sean mis hijas, son excelentes estudiantes. No gozan de las becas del gobierno. Ha sido imposible. Cuando mi esposa y yo nos sentamos a la mesa, pensamos en ellas. Si habrán comido. Si están en peligro. Tantos pensamientos vienen. Y asumimos los riesgos de una ciudad tan violenta como Caracas y si encima de ello el propio Presidente de la República viene a amenazárnoslas, estamos dispuestos a atenernos a las consecuencias de las cuales él habló el domingo pasado.
Comandante, cada vez que mis hijas van a una marcha, me llaman para decírmelo, no para pedir permiso. Simplemente me informan. Cómo les digo que no. Sí en mi vida he marchado y sé lo que es eso. Les recomiendo que se cuiden, pero sepa comandante, jamás les enseñaré el miedo, ese sustento infaltable de los regímenes totalitarios como el que usted tiene concebido en su cabeza. En su lugar les enseño el amor al país y el precio invalorable de la libertad y los riesgos que implican tener que defenderla, o llegada la hora, tener que recuperarla.
Hubiera preferido que estas letras fueran una canción de arrullo, como supuso mi esposa al ver el título. Desgraciadamente no lo son. Han de ser un llamado de alerta y una voz de aliento para nuestros hijos, ante el verbo soez e instigador de violencia del primer mandatario. Nos obliga a dejar los arrullos para otra ocasión. Aunque el Presidente luego se asusta de las tempestades desatadas por su lengua. Las palabras no son fáciles de recoger. Comandante, sus partidarios van agotándose. No son los tantos millones que le acreditan las maquinitas electorales. Van dejando paso a unas hordas que se exaltan cuando lo escuchan y cada día son la minoría que el país no dejará pasar.

La UCV agredida.
Para mí la UCV son muchas cosas: el inmenso museo de arte abstracto del maestro Villanueva, la gran casa que vence las sombras y es la UCV misma. Cuando la veo agredida -ayer como hoy- siento la agresión. Las bandas armadas que han pisoteado su campus, pasarán como un mal recuerdo, pero la UCV brillará allí para siempre.

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