Envío que se agradece a Leonardo Rodríguez. Tomado de El País, Madrid, 6/2/07, y reenviado al Profesor Silvio Orta en Venezuela.
Orhan Pamuk se marcha de Turquía. El escritor adopta esta decisión tras una larga campaña de descalificaciones, citaciones judiciales y amenazas que no cesaron, sino todo lo contrario, tras obtener el premio Nobel. Las corrientes ultranacionalistas del país, con un peso importante en la política, la administración pública y la justicia, le consideran un traidor a "la identidad del pueblo turco" desde que se refirió al genocidio armenio de 1915 y admitió la existencia del problema kurdo, compartido con países como Irán e Irak. Hace dos semanas, esa misma acusación le costó la vida al periodista de origen armenio Hrant Dink. Su asesino fue identificado y detenido por la policía a los pocos días de cometer el crimen, pero las imágenes de su arresto, difundidas por televisión, no dejaron lugar a dudas sobre la simpatía de los agentes hacia el asesino. Éste tuvo ocasión, incluso, de proferir amenazas públicas contra Pamuk.
La marcha del escritor supone un grave contratiempo para el Gobierno de Erdogan y más en concreto para su propósito de integrarse en la Unión Europea, un objetivo que, paradójicamente, Pamuk siempre ha compartido. Pero este caso remite, además, a un fenómeno que empieza a extenderse de manera inquietante, y que consiste en la persecución de quienes expresan opiniones incómodas, distintas o minoritarias, con independencia de su acierto o de su error. Cada vez son más los escritores, artistas, periodistas o académicos que en Europa y fuera de Europa tienen que desplazarse protegidos por escoltas, en razón de unas amenazas que sólo tienen como causa lo que dicen o escriben, es decir, el ejercicio de su libertad de expresión.
Erdogan adoptó medidas disciplinarias inmediatas contra los agentes que dieron un trato de favor al asesino de Dink. Pero nada tiene de extraño que, a la vista de las escenas televisadas, el premio Nobel haya perdido la confianza en las fuerzas del orden que debían protegerlo y, en consecuencia, haya optado por un extrañamiento voluntario. Estambul, escenario y raíz de su obra, y toda Turquía, se han convertido en lugares peligrosos para su vida.
En cualquier caso, conviene no confundir los múltiples planos en los que tiene efectos la marcha de Pamuk, y en particular el que tiene que ver con Europa y Turquía. Exigir que Ankara reconozca el genocidio armenio como condición para el ingreso de Turquía en la Unión es un error, entre otras razones porque a nadie se le ocurriría que hiciese otro tanto con el problema kurdo. No es la verdad histórica lo que Europa le debería reclamar a Turquía; es la libertad de expresión. Esto es, la posibilidad de que los turcos puedan enjuiciar el pasado de su país sin arrostrar el riesgo de tener que abandonarlo, como ha tenido que hacer su más grande escritor contemporáneo.
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