Saturday, September 29, 2007

El olvidado Sartre, Carlos Yusti, Venezuela.-




EL OLVIDADO SARTRE


Cuando era adolescente "La Náusea" se convirtió para mí en un símbolo, en un paradigma de protesta capital. Mal comprendida en su momento, por supuesto, pero que innegablemente resultó como un puñetazo directo a mis sentidos, una luz que iluminaba el túnel de mi juventud gris y desapasionada. Luego de leer esa novela Jean Paul Sartre fue un escritor al que era necesario seguirle la pista, rastrearlo a través de sus piezas teatrales, sus libros filosóficos, sus ensayos literarios, conferencias y ese desmedido afán, que colindaba con el vedettismo más descarado, de hacer coincidir su vida con los preceptos (o recetas) libertarias que pregonaba y sus posiciones de pensador desfachatado, bastante a contracorriente.

Además de su portentosa obra, estaba su vida ruidosa, llena de manifestaciones, pancartas y graffitis, que marcó de manera definitiva, por espacio de 40 años, el ambiente cultural y político de Francia y el mundo. O sea con Sartre el escritor y pensador desvió su mirada de los libros para fijarlos en el mundo, desde ese momento la responsabilidad del escritor con su entorno social dejó de ser un mito para convertirse en un hecho soluble y cotidiano. Lo escrito por Francisco Umbral es poéticamente exacto: "Sartre no ha tenido mucho futuro. Más bien ha sido olvidado, desconocido, para las generaciones sucesivas, que han visto en él a un moralista, a un predicador, el gran pensador de una causa, el sovietismo/estalinismo, que hoy está perdida.

Jean-Paul Sartre, empero, es para nosotros el último pensador que usa como herramienta la literatura. La literatura es quizá la más profunda forma de conocimiento, pero los pensadores de después de Sartre, como los estructuralistas, Derrida, Lacan, Baudrillard, etc. (con la excepción jubilosa de Roland Barthes), se han enfangado en un pensamiento tecnológico que no es sólo pedantería, sino también coquetería, una manera culta y ambigua de no definirse ideológicamente, incluso de rechazar toda definición. En este sentido digo que Sartre (y Camus, aquel Bogart de las ideas) es el último pensador literario, ensayista/artista.

En Jean Paul Sartre confluyeron el literato, el filosofo y el intelectual comprometido, sin mencionar al relacionista público y al afiebrado polígamo, con una vida sexual rocambolesca. Sartre en vida cumplió con todos sus roles con la misma intensa capacidad. Como literato su obra marea por lo abundante: novela, libros de cuentos, memorias, ensayos críticos, obras teatrales y guiones de cine.

Sus obras capitales en filosofía son "El ser y la nada" y "Crítica de la razón dialéctica". Como hombre público estuvo al lado de los manifestantes, vivió a media calle repartiendo el periódico "Combat", en las aulas universitarias estuvo haciendo digresiones sobre el mundo, la metafísica y el ser. Era incansable. En todo momento estuvo alerta y siempre dispuesto a participar como ciudadano, animal político e intelectual. Todo revuelto y sin delimitaciones de ninguna naturaleza.

Juan Nuño observó con oportuna claridad, que detrás de ese Sartre notorio, especie de vedette pública (o debo escribir púbica) del pensamiento, de ese Sartre enamoradizo y holgado de tiempo para amar y dar la cara ante los requerimientos políticos, sociales o culturales del día, estaba un Sartre bituminoso y tenaz. Verdadera máquina humana de la escritura, quien recurría a las anfetaminas para no detener su trabajo de escritura, la cual se prolongaba por días, noches y semanas enteras. Y claro con toda esa actividad militante de pensador pragmático, de enamorado braguetero, que encamó a una buena porción de estudiantes, amas de casas, señoras del jet-set o el cine y una que otra cabeza loca que pululaba por los ghettos de la liberación femenina, el amor libre, las del sexo con neuronas (estilo Simone Beauvoi) y en esa tónica, no podía ser de otra manera: la droga como motor y empuje para el trabajo intelectual.

Trabajo de escritura, por otra parte, a destajo, y que en su conjunto parece no responder a ningún patrón, convirtiéndose en una forma contundente para desechar una vida normal apegada a los horarios, a las reglas domésticas del amor o a los parámetros ortodoxos de la lucha política.

Su activismo político (su rechazo al Nobel de literatura) no era más que una altisonante proclama de hagoloquemedelagana, no era otra cosa que una manera abierta de restregarles en sus narices a los literatos de salón y a los filósofos de la oficialidad su desprecio por lo subjetivo, lo neutro; su repulsa por todos aquellos pelmas eruditos que intentan elevarse por encima del hombre común y de las contingencias cotidianas, haciendo gala de un espíritu cultivado en la arrogancia y el intelecto sin otro norte que la aula universitaria y la silla de la academia.

Después de Sartre los oficios de escritor y filósofo dejaron de ser actividades inocentes y rumiantes (por aquello de vacas sagradas) distanciadas del mundo ordinario para devenir en una toma de partido que dejaba al descubierto todo la peligrosidad que puede significar eso de pensar, o escribir, al servicio de lo humano en todos sus estratos.

En lo particular me ha resultado siempre más tolerable el Sartre dramaturgo y el Sartre ensayista. El primero ha puesto en escena más que un tema, trabajado por actores, todo una filosofía, todo un engranaje de problemas filosóficos y éticos. Estas frases de Sartre, citadas por Riu en su libro, son más que ilustrativas a este respecto: "...Lo más emocionante que el teatro puede mostrar es un carácter en proceso de realización, el momento de la elección, de la libre decisión que compromete una moral y toda una vida". Sus piezas teatrales como "Las moscas", "A puerta cerrada", "Las manos sucias", "Los secuestradores de Altona" y "La puta respetuosa" fueron en su momento obras que gozaron de enorme éxito.

El Sartre ensayista es fascinante porque sus trabajos en este género son verdaderos monstruos, en cuanto a densidad y extensión: "San Genet, comediante y mártir" y "El idiota de la familia". Libros en los cuales Sartre despliega una elástica y variada gama conceptual donde, con impecable estilo literario, va construyendo un aparataje filosófico bastante alejado del ensayo literario cómodo, amanerado y manso confeccionado con los lugares comunes del pensar académico. En el libro "El idiota de la familia", Flaubert es un pretexto para abordar ese drama de la creación literaria y en un escrito de más novecientas páginas Sartre apenas esboza una introducción sobre el maniático torturado escritor de "Madame Bovary".

En su otro kilométrico ensayo Jean Genet, un ladrón, presidario y homosexual, trasmutado en escritor, dramaturgo y poeta , le sirve a Sartre para una extensa e imbricada disertación sobre el mal y la santidad desde una óptica irreverente, lúdica y por momentos poética.

El viaje en el tiempo para los escritores no pasa en vano. Muchos se quedan en los anaqueles polvorientos del olvido. Algunos conocen épocas de vigencias inesperadas y otros sufren eclipses irremediables luego de un rutilante y luminoso protagonismo. Sartre pertenece a esta última categoría: su vida y su obra fueron intensas. Ningún otro escritor como Sartre, salvo Voltaire, ha conocido protagonismo más exagerado y vapuleado. En vida todas las instituciones querían tenerlo como conferencista, en la mayoría de las universidades del mundo sus pensamientos y sus escritos eran material obligado de estudio. No haber leído a Sartre era asunto bochornoso.

Hoy, sin embargo, en esta transición postmoderna Sartre resulta un poco descosido, un tanto aburridón, bodrio intelectual inleible. Octavio Paz y Juan Nuño saldaron cuentas con él hace largo rato. Féderico Riu le dedicó un libro impecable. Bueno, pues, si que hoy se lee más lo escrito sobre Sartre que a Sartre mismo.

Luego de una descollante figuración la fama de Sartre ha colapsado. El entusiasmo hacia su obra ha mermado bastante y pronto, quizá debido a que se convirtió en un clásico insepulto, en un clásico vivo antes incluso de haber sido publicado por la prestigiosa editorial "La Pléide". Santiago Kavadloff ha escrito: "Se distingue, así mismo, el clásico por su condición de precursor. Es él quien por primera vez expresa su tiempo en un estilo; no éste o aquel aspecto de su tiempo, sino todo su tiempo. En una palabra y en forma exhaustiva, su época se torna estrictamente inteligible. El clásico bautiza su hora, la nombra primigeniamente, como nadie hasta él, la plasma, traza su órbita ideológica, define sus modalidades, descubre sus propensiones, señala fracasos, enuncia logros. Es él quien recorta verbalmente sus fronteras éticas, sociales, metafísica y sicológicas".

Se vuelve siempre a los clásicos del pensamiento porque su obra de alguna manera puede servir para explicar nuestro momento histórico. La obra de Sartre, en este saldo postmoderno, reaccionario y apático, tiene poco que ofrecer. Sin embargo, como están las cosas a Sartre le esperan futuros y rutilantes despertares.

1 comment:

teresa coraspe said...

Carlos Yusti, escritor, ensayista, dirige www.arteliteral.com donde puedes enterarte de algo más sobre Literatura venezolana y de otros países; allí estoy a la orden en mi página "Ojo de Buho". Un saludo, un aBrace, Teresa Coraspe.