Monday, January 29, 2007

Teófilo Tortolero y la llave sin cerradura, ensayo de Carlos Yusti.

Carlos Yusti, escritor venezolano, nacido en Valencia y radicado en el Estado
Bolívar, desde hace varios años. Puede tener acceso a su página cultural en
www.arteliteral.com y escribirle a: carlosyusti@cant.net

La ciudad de Valencia es una ciudad con excelentes poetas. Por supuesto
abundan los poetas menores, segundones y municipales. Teófilo Tortolero es
uno de los poetas que se podrían clasificar por encima del bien y el mal
cuando a categorías se refiere. Era un poeta absoluto, un poeta en el que
la ebriedad iluminada y la videncia poética se entrelazan de manera mágica.
No es retórica lo escrito por Alejandro Oliveros:"Teófilo Tortolero acaso
sea uno de los pocos casos, en nuestro tiempo y en nuestra lengua, de
'poeta iluminado'. A diferencia de otros, esos iluminados 'profesionales'
que sólo se 'iluminan' en condiciones muy específicas (la 'noche
irreductible', el insomnio irreductible, el misticismo de salón), el estado
de iluminación en Teófilo era una circunstancia cotidiana".

Bebió y escribió en proporciones desiguales. Estuvo enduendado, en sus ojos
flotaban las hadas y en su carne habitaba el sortilegio. Mirando fotos de
su juventud uno comprueba que más que fisonomía de poeta lo suyo era el
galán de cine. También en su juventud participó de manera activa en el
quehacer cultural y universitario. Formó parte de un grupo literario,
estuvo de profesor, daba charlas, se iba de farra y tenía un amor en cada
barra y al final también pintó cuadros. A la par de toda esa intensa
actividad escribía poemas en algún papel con una letra desesperada; poemas
desiguales y que enganchaban la influencia de los clásicos españoles del
siglo de oro.

Sus dos primeros libros, Demencia precoz y Las drogas silvestres, son un
prontuario de lirismo bohemia, de poesía a quemarropa, de poética
periférica que hurgaba en las entrañas del espíritu como buscando
revelaciones herméticas. Sobre Demencia Precoz, José Solanes escribe:
"Bello y dramático, este libro es inquietante. Con él puede el autor lograr
su unidad y coherencia personales, pero con él amenaza las nuestras".

El estilo de estos primeros libros era una ruptura con esa poesía armada
con metáforas y modernismo, de esa poesía de afiebrada militancia política.
Su estilo venía a saldar con un lenguaje desmejorado de tanto lirismo
mentecato, venía a develar ese sueño despierto que hierve bajo la piel de
las cosas comunes y del hombre sembrado en su drama íntimo y existencial,
de ese sueño que vela con ojos abiertos en pleno día.

Con el transcurrir de los años su poesía fue colocándose en la orilla de la
lucidez maligna producto de la ebriedad, de una lucidez que desnuda el
lenguaje hasta dejarlo en el hueso, hasta dejarlo en el esqueleto por donde
se filtra la luz intangible de la muerte.

Lo visité una vez, junto con el fotógrafo Yuri Valecillo, en el lírico
pueblo de Nirgua. Era una mañana extraña y un vaho de neblina borraba las
calles y las casas. Todo parecía irreal, uno tenía la sensación de ser
parte de un sueño. Llegamos a la casa del poeta, luego de hacer tiempo
caminando como sonámbulos. Alguien, desde una puerta entreabierta, nos
comunicó que el poeta no estaba, pero que de seguro lo encontraríamos en un
bar en la esquina. Entramos a un bar típico de pueblo. Poca luz, al parecer
la noche todavía estaba allí como un lugareño más. Una rocola, a bajo
volumen, dejaba oír los acordes de una ranchera ancestral. El lugar estaba
vacío y en un rincón apartado estaba el poeta. Absorto trasegaba una
cerveza. Nos presentamos y le notificamos el motivo de nuestra visita. Para
que el rechazo no se hiciera esperar mentimos y le dijimos que íbamos de
parte de Roger Capella. Con amabilidad ofrece un lugar en la mesa. Se
levanta y luego aparece con una ronda de cervezas. Dice que lo de las fotos
está bien, pero no en el bar, que esperemos un momento y vamos hasta la
casa que está a la vuelta. No hay problema. Estuvimos como hasta la una de
la tarde bebiendo y conversando.

Ya en la casa no quiso acicalarse para las fotos. Estuvo más conversador.
Dijo que estaba escribiendo nuevos poemas y que también había pintado
algunos cuadros. Mostró algunos. Eran cuadros de un trazo nervioso e
infantil, había una belleza estremecedora con mucho color. Habló de todo.
En esa oportunidad dijo una frase que no me abandonó nunca:"La poesía es
sólo una llave sin cerradura. O al menos yo perdí todas las cerraduras".

Yuri tomaba las fotos. Estaba algo gordo y aquel rostro cinematográfico se
había borrado del todo. Tenía días sin afeitar. Sus dedos gordos y rojizos
por el alcohol apenas se movían. Las fotos que le hizo Yuri, en aquella
ocasión, serían las últimas.

Teófilo Tortolero fue un poeta rotundo. Jamás consintió, ya en su ocaso,
desviarse de su quehacer poético. Sus amigos, médicos y profesores, le
compraban sus cuadros para ayudarlo económicamente. Entregado por completo
a la bebida siguió escribiendo sobre papeles sueltos sus iluminaciones
cotidianas. Era dueño de las palabras, de esa belleza luminosa que
encierran. Hizo poesía con su mundo íntimo, con su comarca personal para
alcanzar lo universal. Más que un maestro fue aprendiz de luz y sus libros
de poemas son testimonio franco de su dominio estético del lenguaje, de su
vida en aras del poema por aquello escrito por Wytan Hugh Auden:"En poesía,
como en otros asuntos, rige la ley de que quien desee salvar su vida debe
perderla; si el poeta no sacrifica íntegramente sus sentimientos en aras de
su poema, al extremo de que ya no sean suyos sino de su obra, fracasa".

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