Monday, September 24, 2007

Milagros Mata Gil, escritora venezolana

ACERCA DE POR QUÉ NO APOYO EL PROCESO


Milagros Mata Gil/ CI 4596170

Revisando ayer algunos cuadernos anteriores al 97, donde estaban los manuscritos de reflexiones y artículos de opinión sobre situaciones y acontecimientos de la época, me preguntaba qué había sucedido en mí, qué fenómeno fisiológico, o lógico, había producido que todo eso en lo que yo creyera y que con tanto ahínco defendiera, fuera ahora, apenas una década después, una posición de hace 180 grados en la circunferencia del pensamiento. Según esos papeles, yo debería estar aliada al proceso, y ser una de las más apasionadas seguidoras de Chávez. Porque crecí leyendo Así se templó el acero, y el Curso de Filosofía de Politzer, y hasta a Marx, Lenin y Engels, bajo la estricta supervisión moral e intelectual de la Juventud Comunista de entonces. Y hasta los ingleses naturalistas de fines del siglo XIX me eran familiares y yo, su adepta.
¿Qué pasó?
Es verdad que muchos de los que fuimos entonces tuvimos que incorporarnos a la vida cotidiana y resolver lo doméstico, por lo que el trabajo en las dignas profesiones que escogimos y que nos proporcionó indiscutiblemente el cuerpo de gobiernos democráticos que ahora llaman, peyorativamente, la Cuarta República, nos proporcionó un nivel de existencia sin angustias, al que no sólo terminamos adaptándonos, sino que nos hizo olvidarnos de que alrededor nuestro crecía una población de cultura inclasificable, resentida e inconforme por lo que era una injusta distribución de la riqueza generada por el país y administrada por el Estado. Es cierto que mayoritariamente olvidamos el hecho de que esos conciudadanos estaban reproduciéndose entre nosotros. Y algunos de nosotros sólo caímos en cuenta de ese hecho durante los sucesos de Febrero, cuando los saqueos y la gente desbordada en las calles y los muertos, nos permitieron percibir que la sociedad había cambiado y que comenzaba la invasión de los bárbaros.
Creo que en 1995, por poner una fecha, escuché las profecías de un predicador evangélico, Jorge Raskin. Todo aquel desbordamiento, aquella violencia, aquella persecución, correspondían a un país que me era totalmente desconocido y que ni en mis más hiperbólicas pesadillas sociales podría ser llamado Venezuela. Si debo seguir las pautas de la fe, Raskin profetizaba en nombre de Dios. Si asumo la lógica aristotélica, Raskin había analizado lo anterior y lo posterior al golpe de estado de Febrero del 92 y había sacado sus conclusiones de una manera muy inteligente.
De cualquier forma, ya en la primera parte de los años 90 se estaban gestando los huevecillos de una eclosión que finalmente nos mostró el rostro. Aquellos individuos gordos, desdentados, armados y con un lenguaje que no era exactamente el español clásico que aparecieron en Noviembre del 92, enunciando el mensaje de una rebelión popular, eran precisamente la expresión de lo que habíamos estado evadiendo y que ya no era posible evadir. Pero los dirigentes políticos entraron al torrente electoral sin tener claros los signos, creyendo que con eventos como el enjusticiamiento de los corruptos, la expulsión de los partidos de los secuaces y algunos cambios en su retórica, iban a detener el alud que se veía.
Entonces, muchos intelectuales y muchos ciudadanos llenos aún de la fe que yo había tenido, se fueron nucleando en torno al Chávez preso, en torno a su entorno carcelístico: los que juraron ante el Samán. Y otros, como yo, tomamos una considerable distancia: algunos, geográficamente. Otros, académicamente.
Lo demás es historia conocida aún. Algún día, ya dejarán de recordarla y como la historia la escriben los vencedores, tendremos a los hijos de los Libertadores entrando a las ciudades entre el entusiasmo del pueblo que los aclamaba.
Aceptemos, en otro sentido, que PDVSA se había transformado en una de las más grandes y eficientes empresas del mundo entero. Pero los que estábamos del lado de afuera del portón entendíamos que era una empresa capitalista cuyos dividendos eran para reinversión y que el Estado tenía que conformarse con los impuestos, mientras dentro de las entrañas empresariales se cometían, con la resignada anuencia de muchos de los que hoy se dan golpes de pecho y se dicen revolucionarios comunistas, todas las clases de abusos y transacciones extrañas con el dinero que, de aceptar el texto de la Ley, pertenecía a todos los venezolanos.
Aceptemos también que las Fuerzas Armadas, solamente en contadas ocasiones, como el de la masacre de Los Changurriales, en Cantaura, o su intervención en los saqueos de Febrero, eran vistas con cierto desdén por la clase media venezolana, entidad innombrada hasta ahora en este texto, que había crecido y se había desarrollado desde la década de los 70.
Venezuela, entonces, no era un paraíso. Pero estábamos lejos de ser el infierno.
Y ahora, vuelvo al asunto inicial: ¿por qué no apoyo el proceso? Precisamente porque se parece a otra literatura: al proceso de Kafka, al Gran Hermano, de Orwell, a la rebelión en la granja.
En 1998, viajé a Cuba por última vez, y lo que vi y oí, no me gustó. Todas esas cosas que se llaman: culto a la personalidad, restricciones a la libertad de pensamiento y expresión, empoderamiento de dinastías, en un nepotismo sin disimulo, niños sometidos a un endoctrinamiento calculado para convertirlos en militantes y soldados y una pobreza de la gente que no dejaban ver a los turistas, me hicieron entender de una vez y por todas lo que ya la caída de Muro de Berlín y el desbaratamiento de la Unión Soviética me habían mostrado. El socialismo, a menos que se realizara en una isla rodeada de tiburones, es un sistema fracasado, igual o más corrupto que el capitalismo, con una miseria exterior y otra, interior, que transformaba a cada ser humano en un necesariamente seguidor de los postulados del (y que) marxismo-leninismo, o en un hipócrita con tendencia desmedida a la avaricia y la gula.
A los catorce años, me enviaron de Ciudad Bolívar a San Félix en una misión: llevar armas y uniformes militares a alguien a quien no conocía. No contaré las incidencias de ese viaje, porque son irrelevantes. Sólo diré que yo era una niña y estaba siendo utilizada, como muchos otros más, por personajes que luego-luego me encontré como dueños de negocios productivos.
Hoy, pienso en mis nietos.
Este Proyecto de Reforma de Constitución es apenas el principio de la instauración de un sistema distinto al que nos habíamos acostumbrado, que coartará nuestras libertades hasta donde les sea posible. Ya se está produciendo la situación que integra a aquellos excluidos que nosotros obviamos. Pero por encima de los excluidos continúa produciéndose el gran negocio de los dirigentes políticos y los gobernantes. Además, la sociedad está girando de tal forma que muy pronto los excluidos seremos los que anteriormente estábamos en el establishment nacional: los profesionales, los intelectuales, la clase media. Y a los excluidos que ahora se incluyen les dan las migajas del banquete, que, mal administradas y peor manejadas, son fuente de conflictos en las comunidades. Salvo, por supuesto, algunos casos.
Ayer leí en aporrea.org una crítica anónima donde se listan los nombres de escritores que son publicados con dineros de la revolución y del proceso. No soy tan ingenua como para no entender lo que significa. Mi nombre aparece en esa lista y no me asusta eso, sino la confusión que se producirá, que se está produciendo, entre la posibilidad de crear y pensar libremente y el extremo de vernos obligados a crear y pensar bajo el criterio de hombres que tienen los reaños de exigir la monocordio y la sumisión a seres cuyo máximo atributo es la libertad de albedrío que Dios nos otorgó. Seres que citan a Simón Rodríguez, pero ignoran seguramente que el pensamiento de Rodríguez se fundamenta en El Contrato Social, de Juan Jacobo Rousseau: los hombres todos hemos nacido libres e iguales ante Dios y ante las leyes. Lo peor del asunto es que los buenos, los militantes del proceso, se beneficiaron y bien beneficiados con las becas y los viajes y las publicaciones y las exposiciones de la Cuarta República.
Creo que por eso no puedo aprobar este proceso. Porque me irrita que me impongan a un señor hablando cinco horas, intertextualizando el discurso político con el exhibicionismo del histrión y del cantor callejero, o con los cuentos de su infancia. Porque me molesta recorrer los mercados para finalmente tener que hacer una cola espantosa para conseguir leche, o azúcar. Porque sé que aún se venden los puestos de trabajo en la industria petrolera, aderezados con el compromiso de participar en actividades del gobierno. Porque quieren encorralar a todo el mundo en un Partido Único, inhibiendo la posibilidad de disentir. Porque yo soy libre y quiero seguir siéndolo y quiero que mis nietos tengan libertad. Porque no he visto cambios sustanciales en la calidad de vida de los venezolanos y sí he visto el surgimiento de los resentimientos, las venganzas burocráticas, el relieve de todo lo feo de la humanidad y el amontonamiento de todo lo bello, lo estético y lo sagrado.


El Tigre, 21 de Septiembre del 2007

2 comments:

Arteliteral said...
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cristoynosotros said...

Buenas noches, Milagros. Acabo de leer una ponencia tuya en torno de Rómulo Gallegos en un foro titulado "Gallegos, nuestro padre", en 1994. Me impresionó lo que allí dices y tuve la necesidad de saber de ti. Igualmente acabo de leer lo que escribiste en este blog sobre "el proceso" y me tranquilicé pues te noté muy crítica en aquella ponencia y ahora comprendo que te referías a la necesidad de hacer de la democracia un compromiso mayor, más profundo, con las mayorías desplazadas. Me complace estar de acuerdo contigo en lo que dices en tu blog a propósito del "proceso" chavista, y creo que el intelectual debe luchar por una democracia plena, es decir, respetuosa de la libertad por encima de todo, pero atenta a la superación de la pobreza con los mismos valores -me parece- que caracterizaron en su momento y todavía a Rómulo Gallegos.
Jorge Linares Angulo, Valera, estado Trujillo.