Tuesday, December 19, 2006

UN E --MAIL QUE DICE OJO

RUSALCA FERNÁNDEZ (Ciudad Bolívar, Venezuela).

17 de diciembre de 2006

Hay e-mails de todo tipo y procedencias. Los suyos, e-mails de agua que desliza la piedra, evocación permanente, cántaros llenos a una temperatura de 36 grados bajo sombra y la danza melódica que esparce su ritual sobre los pasillos del piso 21, todas las mañanas en concierto para una sola voz. Después de tres días sin conexión, un ojo era frenar el diluvio de instrumentos que dialogan, y esa forma peculiar de mostrarse en cualquier foto reciente, entendiendo “que un retrato no es el recuerdo” ni una canción sobre la red invisible e inmirada que ineludible conecta para ¿”luego existir”? Ese otro hilo que desde París o Madrid decía: “Amada, tengo frío y estás distante, siénteme a tu lado...” suficiente presencia como para que viva la ausencia. Una colección de Renoir o la poesía japonesa de Li Po, era suficiente para refrescar la memoria; recrear la vida en la afinidad de los amarillos impresionistas, en las voluptuosas bañistas o un autoretrato de Van Gogh.

Tanto más, en los días plácidos de mar, en la ciudad empinada, a través del silencio en un taller donde todos oyen y nadie siente el esfuerzo por desapercibir tu amor intransferible, ignorado, callado, obviado, mutilado por un ojo sentenciando distancias, acallando la única voz de los conciertos, la sonrisa de un arpa en miniatura y los bajeles naufragados como presagio, en un cristal del piso 21. Imposible recobrar las voces por esa invisibilidad tecnológica, tan sólo por ello, porque eran voces de concierto, poesía traducida en góndolas, arcos, ríos y mares donde llega “el morir”, a decir del poeta inmigrante.

Desde entonces hay e-mails. Cartas globalizadas con toda la despersonalización que acompaña a una tecnología sin afectos, sin señas, sin muestras, sin roce: el indispensable roce para conectarse y “luego existir”. La dosis necesaria para que fluya la pasión guardada en cofres de recuerdo, en ecos de caracolas sobre remotos tiempos; ese olor a chocolate derramado y los campanarios de la memoria afectiva, con el flujo indispensable como para no conflictuar la cercanía – distante.

A las dos de la mañana, en la libertad de la noche y de los cuerpos que no tienen más que al tiempo como dueño, un e-mail vuelve a llegar sin ojos que indagan en la claridad de la pantalla de donde brota luz y amor. Nada puede ser oculto luego que el viento ha sido testigo de las miradas; besos profundos posados en las mieles que lo embriagan para siempre sin morir. Esta mañana, recibí otro e-mail, donde matas una vez más el ojo grande bajo cejas hermosas y pobladas que yo recuerdo vagamente. A través de ese ojo me has amado silenciosamente desde entonces. Yo callada e indistinta a ti, recuerdo tu voz de frío Parisino o Madrileño: “- Amada, por siempre, no estás, tengo frío, te amo” y he jurado que allí reside la transferencia virtual de tu presencia, sin mencionar cuando todavía has estado cerca, haciéndome dueña de tu tiempo íntegro, de tu vida, de tu mirada, de tu amor infinito como el amarillo de RENOIR y de la voluptuosas ganas de ser y estar a mi lado sin que nadie lo perciba; con tu irreverencia de grito al viento, “más grande que el universo físico entero”, decía Pascal.

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