Su lectura llegó hondo y con la fuerza del tiempo
en que fue escrito. Seducción de lo que no podemos explicarnos.
Sentir la nostalgia que se expande y nos circunda. Poesía en fin,
que nos marca, como sellos invisibles nos atraen y arrastran. Nos
queda ese aire de nostalgia y opresión y esto no tiene nombre.
Encontrar el poema fue como perderse en un bosque de páginas
sueltas, de allí lo tomé , como cuando uno encuentra lo que realmente
quiere. TC.
Después de veinte años
Cuando yo tenía catorce años,
me hacían trabajar hasta muy tarde.
Cuando llegaba a casa,
me cogía la cabeza mi madre entre sus manos.
Yo era un muchacho que amaba el sol
y la tierra y los gritos de mis camaradas en el sotoy
las hogueras en la noche
y todas las cosas que dan salud y amistad
y hacen crecer el corazón.
A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.
Yo salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse con el frío.
Esto no es justo,
aunque era hermoso ir por las calles y escuchar mis pasos
y sentir la noche de los que dormían
y comprenderlos como a un solo ser,
como si descansaran de la misma existencia,
todos en el mismo sueño.
Entraba en el trabajo. La oficina olía mal y daba pena.
Luego, llegaban las mujeres.
Se ponían a fregar en silencio.
Veinte años.
He sido escarnecido y olvidado.
Ya no comprendo la noche
ni el canto de los muchachos sobre las praderas.
Y, sin embargo, sé
que algo más grande y más real que yo hay en mí
va en mis huesos: Tierra incansable,
firma la paz que sabes.
Danos nuestra existencia
a nosotros mismos.
Poema perteneciente a su libro Blues castellano [1961-1966] (1982)
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