EL NACIONAL - Martes 22 de Mayo de 2007
NACION/15
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA alopezo@cantv.net
La reciente visita del Nobel de Literatura Derek Walcott a nuestro país, aunque haya sido por instantes, ha introducido en el ambiente frescura y novedad reflexiva. Sumidos como estamos en un remolino de sentido que todo lo devora, que no permite pausas ni matices y que entierra todos los referentes de análisis en la realidad nacional, el verbo de Walcott nos ha colocado más allá de los contextos domésticos y, digamos, nos ha brindado otro aire, esta vez más terrestre y envolvente.Dentro de ciertas circunstancias, su voz tiene aún más mérito por provenir de un crisol donde se juntan puras minorías: la étnica, la geográfica, la histórica y, hasta cierto punto, si nos atenemos a las palabras de Joseph Brodsky, la lingüística, pues el inglés de Walcott, al igual que el castellano de estas tierras, es otro, renovado y resignificante. Minoría étnica porque Walcott ve en el cruce de razas, del que es fruto, la asunción de varias identidades, lo que hace del mestizaje cultural una ganancia y nunca una pérdida. Minoría geográfica porque este vasto y siempre tórrido mar Caribe, sinónimo de infinitud, es en verdad, como lo reconocía Antonio Benítez Rojo, un mar de lentejas, esto es, un mar de pequeñeces o peñascos. Y minoría histórica porque, más allá de paraísos insulares, este archipiélago mayor ha sido más bien el reducto de las vocaciones imperiales, principalmente europeas, gracias a las cuales hemos atesorado genocidios, ejercicios de sumisión, explotaciones de variado cuño y esclavitud de mayor o menor volumen. Sobre esta hazaña humana, más llena de deshonra que de revelaciones, levanta su voz Walcott para enseñarnos el legado mayor: la noción de que, pese a todas las humillaciones, pasadas y presentes, nuestra voz no puede seguir siendo la del esclavo, quejoso y resentido, sino la de una especie que es un poco el resumen de muchas o todas, y cuya permeabilidad le permite hacerse de subjetividades simultáneas.En conversación con Milagros Socorro (El Nacional, 12/5), y retomando algunas ideas de su diálogo con el también poeta Edward Hirsch, Walcott ha pronunciado estas sabias palabras: "Toda situación en el Caribe es de ilegitimidad. Si admitimos de entrada que no hay deshonra en la ilegitimidad histórica, entonces podremos ser hombres. Pero si seguimos refunfuñando y diciendo: `Mira lo que el amo ha hecho con nosotros’, etc., jamás maduraremos.Mientras sigamos sentados haciendo gestos o escribiendo poemas y novelas que glorifican un pasado inexistente, el tiempo seguirá pasando de largo para nosotros. Permanecemos en una sola disposición que está sumamente arraigada en la escritura caribe: una especie de raspadura y soba de una vieja aflicción. No es porque uno quiera olvidar; al contrario, uno acepta, tanto como cualquier otra persona lo haría, que una herida es parte de nuestro cuerpo. Pero eso no quiere decir que uno tiene que pasarse toda la vida restañándola." Varios aportes que este párrafo suscita frente a lo que parece ser, en nuestro caso, el discurso dominante: la idea de que el escarnio histórico no debe represar nuestro presente, la idea de que un pasado lastimoso puede ser inmovilizante, la idea de que ningún cuerpo social se debe exclusivamente al reconocimiento de sus heridas, la idea de que la eterna queja (o el odio, o el reclamo, o el resentimiento) son fuerzas paralizantes y no liberadoras.Con palabras mejores, que reconocen un presente promisorio, Walcott se ha apartado de los fardos históricos, que apenas son heridas del cuerpo, para asegurarnos que la única integridad es la que reside en nosotros mismos, habitantes múltiples de estas múltiples costas.
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