Thursday, June 21, 2007

EL MOVIMIENTO JUVENIL Y LAS IDEAS: Una mirada desde la filosofía.

Ángel Américo Fernández


Es en el ágora o plaza pública de las antiguas ciudades-estados griegas, donde se encuentra la cuna de los primeros movimientos juveniles orgánicos vertebrados alrededor de un cuerpo de ideas enunciadas desde la perspectiva de un tiempo, de una época, pero también de un cambio de tiempo, de un nuevo ethos o de la praxis creadora de un nuevo espíritu del tiempo. Aparecen unos extraños hijos de Apolo que discurrían sobre el bien, la verdad, la belleza, el alma y la política que fueron llamados filósofos, se ocupaban del saber, eran amantes de la sabiduría.

Faltarían palabras para aquilatar la presencia y dimensión de estos espíritus en la historia de la civilización, pues rebasaban con creces las meras prácticas de la política y la guerra comunes en las primeras sociedades humanas, para indagar e inquirir sobre el mundo desde el lugar del pensamiento desembarazado del mito y de lo mágico-religioso. Poco importa en verdad el criterio meramente cronológico para sopesar la novedad de aquellos pensadores, verdaderos hermeneutas del sentido. Lo importante, lo medular, está en la profundidad fresca de sus ideas, en su pionera e infatigable curiosidad intelectual que los convierte en descubridores de la razón: “reprimiendo siempre todas las pasiones en una tranquilidad perfecta y teniendo siempre la razón por guía, sin separarse nunca de ella, contempla incesantemente lo que es verdadero, divino e inmutable y está por encima de la opinión” (Sócrates en los Diálogos de Platón). Emerge el logos que gobierna las cosas, pero además habían encontrado la veta transhistórica que servirá de hilo conductor a la civilización occidental, se había producido el hallazgo del sabor del saber.

Es en el siglo V AC cuando ocurre aquella explosión de ideas que estremece al mundo griego. El logos toma la palabra, la dialéctica del logos o el logos apalabrado, se inicia la cultura del diálogo, la argumentación ocupa su lugar mientras que el intelecto hace su tarea de filigrana para elaborar y hacer preciso los conceptos, la pasión por la idea (eidos), más allá de la multiforme experiencia de los fenómenos. Ya el mundo no pertenece sólo a la pragmática, se impone un nuevo talante donde el discurso de espesor busca penetrar el ser de las cosas, la mimesis omnicomprensiva pretende atrapar en sus redes al cosmos, estamos ante el nacimiento del Bios Teorétikos.

Por ello se preguntaban ¿Qué es el bien, la Belleza, el Amor, la virtud? Y en la respuesta se encumbra la exquisita idea de diálogo platónico, el diálogo como banquete, el placer por las meras ideas pero en disputa dialéctica para erradicar la falsedad, mostrar lo aporético y hacer aflorar lo verdadero: “Antes de contestarle quisiera saber lo que Cebes tiene que objetarme, a fin de que mientras habla tengamos tiempo de pensar lo que debemos decir. Y después que hallamos escuchado a los dos cederemos si sus razones son buenas” (Sócrates, Diálogos de Platón). Más, se trata de la búsqueda de un orden de verdad que, por tanto no cede ante los artilugios de la retórica en su afán de persuadir en un movimiento guiado por el solo interés con la intención de hacer prevalecer la propia opinión en todo y contra todos por encima de cualquier principio moral. Por ello, Sócrates en aras del diálogo de la verdad con pretensiones de fundamentación, libra una singular batalla para despojar de su máscara a los retóricos. El retórico es un desprestidigitador, un mago de la palabra que puede transformar la verdad en mentira y lo justo en injusto. Contra ello argumenta Sócrates con fina agudeza: “Hay que escoger, en efecto, entre la retórica extraña a la ciencia y a la verdad, que se limita a hacer creer a la plebe ignorante que todo es bueno o malo, justo o injusto, bueno o feo, según la necesidad del momento, un arte pérfido e inmoral…El mayor mal que la retórica puede infligir a quien la ejerce…es cambiarse en el arte de disimular la injusticia” (Platón, Diálogos). Luego Sócrates distingue entre la retórica efectista y el discurso verdadero. A estas alturas de las edades humanas hay que indicar que ha sobrevivido el discurso de la verdad o teorético, pero también la retórica que ahora aparece reencarnada en magos ancestrales, encantadores de serpientes aferrados a la voluntad de poder y hábiles en la manipulación del populus.

Esta es sin lugar a dudas el primer movimiento juvenil de envergadura que marcó un hito en el proceso histórico, cambiaron las ideas y los modos de pensar. Fueron los fundadores de los conceptos maestros que han servido de carta de navegación a la civilización occidental durante siglos. Hablaron de la verdad o la falsedad, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, lo moral y lo inmoral, lo coherente y lo aporético, de la virtud y de lo sublime. Plantearon problemas epistemológicos, éticos, estéticos y políticos y diseñaron una cierta ética discursiva y de argumentación que entronca con los horizontes de una democracia ideal.

El segundo movimiento juvenil en el tiempo se puede rastrear en el siglo xv Europeo. Es un tiempo complejo, muy móvil y de grandes cambios. El feudalismo agonizaba y los sectores privilegiados de la nobleza feudal debían competir con reyes cada vez más fuertes y con las nuevas clases mercantiles que validan el dinero como factor de poder y acumulaban fortunas como resultado del comercio local y a larga distancia con el oriente. Mientras crecían y prosperaban las ciudades italianas del mediterráneo como Venecia, Génova y Florencia, el imperio Bizantino del oriente era invadido en 1453 por los turcos otomanos que ocuparon la capitalina ciudad de Constantinopla. Muchos sabios, maestros y artistas se desplazan en fuga hacia las ciudades italianas e impactan en una generación de creadores ávida de dar despliegue a las potencias del intelecto. Aquellos sabios traen consigo la sabia del modelo greco-latino de cultura que, junto a la herencia que atesora la propia bota itálica en sus antiguas ruinas y monumentos, germina en un gigantesco movimiento artístico-cultural conocido como Renacimiento y Humanismo.

En la culta ciudad de Florencia se halla el epicentro de este terremoto intelectual. Los nombres prominentes de aquella generación como Miguel Angel, Giotto, Leonardo da Vinci, Dante, Petrarca, entre otros, rompieron definitivamente con la mentalidad teocéntrica medieval e impulsan un movimiento suficientemente autónomo lanzado a recuperar el valor de lo humano por encima de lo divino y que contribuyó dibujar un nuevo tipo de sociedad más individualista, mundana, materialista y pragmática-utilitaria, echando los cimientos del hombre moderno como expresión de la confianza en sus propias fuerzas, en cuanto posibilidades de la razón.

Ya en Petrarca se insinúa por ejemplo el concepto de patria que deja atrás al viejo ligamen del feudo. En los artistas italianos está el encuentro con lo humano en una ruptura con el viejo orden clerical y la influencia monástica, pero además se impone una nueva visión del mundo signada por la evidencia ya definitiva de que las explicaciones no descansarán más en la autoridad aristotélica ni en las lecturas de la iglesia, sino en el canto triunfal de la razón misma. Todavía faltarán tres siglos más de recorrido histórico para dar por completada la conciencia moderna, pero el aporte de esta generación de humanistas es capital para comprender la formación de la modernidad en el plano filosófico y cultural.

Es en la Francia del siglo xviii donde precisamente tendrá lugar la gesta de una nueva generación de intelectuales, filósofos y teóricos de la política. Es, de nuevo, la sangre de los jóvenes que promueven un cambio en los modos de interpelar el mundo. Proponen una red de postulados, conceptos y categorías que sistematizan en obras maestras la entrada de la razón en la historia. La Ilustración o Iluminismo es el nombre del movimiento crítico que encarna de manera palmaria la fiesta triunfal de la razón. La influencia de la novedosa tormenta de ideas no toca solamente el terreno de lo político-social, una verdadera conmoción se produce en el campo de los valores, de la cultura y de la conciencia histórica toda. Se trata, sin lugar a dudas, de la más emblemática revolución en sentido clásico, pues no es reductible al ámbito de lo económico o a la esfera del poder, sino que implica una nueva semiótica, unas nuevas claves de pensar el mundo, una nueva manera de encarar la vida.

De este modo la idea-fuerza de crítica sirvió tanto para desmontar las irracionalidades del absolutismo político, como también para promover una estética y un inédito modelo de comprensión del desarrollo del hombre y el progreso del saber. La sociedad monárquico-absolutista junto a los privilegios de una nobleza parasitaria enganchada al poder y el oscurantismo clerical llegaban a su ocaso. Frente al antiguo postulado de que “la salvación desde ahora, depende de un soberano que para conservar todo, lo tenga todo en su mano”, los iluministas oponen libertad, tolerancia, república, la ley constitucional, soberanía popular y derechos del hombre. La naturaleza dinámica y de ruptura de estos eventos puede leerse como una crisis de la conciencia europea que busca ampliar su horizonte por la vía de la razón para construir una socialidad libertaria condensada en el ideal de ciudadanía. “La mayoría de los franceses pensaba como Bossuet; de repente los franceses piensan como Voltaire: es una revolución”.

Pero además, se asiste a una concepción del sujeto histórico como portador de un destino y realizador de la promesa de felicidad, una concepción de la historia homogénea direccionalizada a realizar el ideal de la razón en el Estado liberal, una idea de progreso alimentada por la iluminación del conocimiento cristalizada en los saberes de la ciencia, una idea de ciudadanía articulada a un contrato constitucional de deberes y derechos, una cierta idea de vanguardia estética que prefigura una élite intelectual como garantía incardinada a la construcción de un nuevo orden racional, una idea de crítica y de espíritu crítico que privilegia la actitud de atreverse a pensar por cuenta propia rompiendo con el tutelaje de autoridades religiosa o políticas, una idea de sociedad desacralizada, es decir despojada del manto religioso y, por tanto, abierta a un proceso siempre renovado de secularización.

En la tarea monumental de escribir una enciclopedia que abordara el vértice de los conocimientos humanos para el siglo xviii y la elaboración de una historia universal, queda plasmada la voluntad intelectual de una pléyade de pensadores jalonados por una sensibilidad y un espíritu crítico a toda prueba que demolieron las costumbres y el conservadurismo imperante. Diderot, D’alambert, Voltaire, Montesquieu entre los enciclopedistas, a los que habría que agregar el nombre del maestro del contrato social moderno Juan Jacobo Rousseau, son algunos de los líderes cimeros de la cultura que da contornos definitivos al discurso filosófico de la modernidad.

Precisamente hija legítima del iluminismo es el movimiento de emancipación de América Hispana que tiene su cuna y principal punto de irradiación en la provincia de Caracas. Allí un grupo de jóvenes pertenecientes a la élite ilustrada de la nobleza territorial criolla se plantea en serio romper definitivamente con las cadenas del coloniaje. En ellos gravita al lado de una muy clara conciencia de clase, una formación ideológica que hunde sus raíces en los grandes textos del siglo de las luces. Rousseau, Montesquieu y el documento de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano son de lectura frecuente entre los conspiradores y objeto común de conversación. Pero igualmente, tienen argumentos de peso relativos a la propia estructura de dominación colonial articulada en un tipo de sociedad en la que “no podíamos ser virreyes, ni gobernadores y, casi ni aún comerciantes”.

En consecuencia, la clase propietaria de la tierra y de los esclavos, se encontraba extrañada del poder político…no podían ejercer la tiranía doméstica. La influencia filosófica y política de la Ilustración se manifiesta hasta en el lenguaje. Hablan de República, soberanía, libertad, abolición de los impuestos, constitución y como dato no menor atacan el monopolio comercial de corte mercantilista que representa una traba para su desarrollo económico y se pronuncian por el principio liberal de libertad de industria y de comercio.

Es en la llamada sociedad patriótica de 1810 donde tiene su partida de nacimiento el movimiento emancipador interpretado como ruptura definitiva. Allí hombres como Bolívar, Miranda, Muñoz Tebar, Coto Paúl, Briceño Méndez, Juan Toro y Juan Germán Roscio, apalancaron el movimiento que condujo a la declaración de independencia venezolana el 5 de Julio de 1811.

Dos grandes movimientos juveniles nacidos de la universidad emblematizan el siglo xx venezolano: el de la generación de 1928 y el de 1957. El primero rompe con el pasado de barbarie al enfrentar la arbitrariedad de la dictadura gomecista; la segunda clama por una Venezuela moderna que asiente definitivamente el imperio de la civilidad y las instituciones; en el primer caso tenemos a un grupo de estudiantes que traslada un problema de la universidad central de Venezuela a una propuesta de modificación del sistema político; en el segundo, asistimos a un intento serio de instaurar una democracia apuntalada en el pluralismo que aglutine a los diversos sectores del país y pueda garantiza la gobernabilidad. La generación del 28 inaugura la calle y la movilización urbana como forma de lucha contra la dictadura; la generación del 57 abre cauces para ensanchar la participación a través del voto universal y secreto. Los jóvenes del 28 como Jóvito Villalba, Pío Tamayo, Gustavo Machado, Rafael Caldera, Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Miguel Otero Silva, Juan Bautista Fuenmayor, entre otros, contribuyeron a la despersonalización del poder, a repensar el país con nuevos conceptos y, de hecho, con ellos se produce la entrada de los cuerpos ideológicos contemporáneos expresados en la social-democracia, el social cristianismo y el marxismo. Los jóvenes del 57 empujan hacia un país de instituciones para cementar la convivencia ciudadana, elecciones libres, la soberanía popular y la alternabilidad. En fin, ambos son expresión conspicua de la vocación democrática del pueblo venezolano, un antídoto contra el militarismo y el autoritarismo, un modo de resolver los vericuetos de la política y del espacio público, completamente alejado de la anarquía y de la tentación personalista.

El movimiento estudiantil alcanza su apoteosis revolucionaria con los acontecimientos del Mayo francés de 1968. Los jóvenes universitarios hijos de una época donde el espíritu de la utopía alimentaba las sensibilidades, se levantan en posición de rebeldía impugnando en principio el anticuado sistema universitario, la precariedad de los fondos destinados y la imposibilidad de dar salidas laborales a los nuevos egresados, pero de inmediato pasan a cuestionar a la sociedad occidental, el autoritarismo, los escasos márgenes de libertad, el engranaje industrial consumista y los imperativos del sistema capitalista regidos por una racionalidad instrumental.

Las universidades de Nanterre y la Sorbona fueron el epicentro de aquella revuelta contestataria que pronto se enlazó con una huelga general de trabajadores hasta el punto de generar una crisis política y un vacío de poder en la Francia gobernada por De Gaulle. No estaban ayunos de ideología ni de discursividad filosófica. Allí gravitaron desde posturas anarquistas que implicaban la abolición de toda autoridad política, económica, cultural o religiosa, pasando por situacionismo exacerbado para apalancar la construcción de situaciones tendentes a desencadenar un juego de acontecimientos, hasta el marxismo crítico de Herbert Marcuse, teórico de la escuela de Francfort. Es de este autor que extraen la crítica a la civilización occidental por estar montada en una racionalidad entre medios y fines o racionalidad instrumental que prefigura la alienación y la cosificación del individuo. “la razón occidental es la lógica de la dominación”. Por ello abogan por una recuperación de la sensorialidad que es aplastada y administrada en el reino de la barbarie del capital. Buena parte de esta influencia se nota en las consignas enarboladas por los estudiantes franceses dotadas de contenido utópico: “sed realistas: pedid lo imposible”, “tomemos el cielo por asalto”, “están comprando tu felicidad: róbala, “el aburrimiento es contrarrevolucionario”, “olvidar lo aprendido, comiencen a soñar”. Independientemente del desenlace posterior que reafirmó el status quo, no cabe la menor duda de que el mayo francés representó el espíritu de una época de sueños y utopías, la sensibilidad de los años 60, el espíritu de la revuelta, la sensación ética, estética y existencial de que se podía cambiar el mundo desde el centro de la voluntad.

En la Venezuela actual se asiste al fenómeno del gran movimiento estudiantil 2007 que moviliza las redes de universidades nacionales. Se genera frente al profundo déficit de democracia que exhibe el actual régimen político del presidente Chávez. Hasta ahora la dinámica del movimiento pone en lisa a una generación, llamada eufemísticamente de Internet o de las cacerolas que, ha saltado al espacio público planteando la defensa de los derechos civiles. Este movimiento, por su sensibilidad, por su frescura, por la naturaleza de su desenvolvimiento, no puede ser leído en el marco de los viejos conceptos y categorías de la cuarta o la quinta república. No puede ubicarse en los rituales y las prácticas políticas formales de la primera, pero tampoco en el discurso marxo-delirante de la segunda.

Es un movimiento que parece alimentar una ruptura con el pasado, pero también con el presente que ya es pasado por su desgaste y anquilosamiento. Todavía es temprano para aquilatar en su justa dimensión la discursividad y campo de irradiación histórico del protagonismo de estos jóvenes, pero una cosa está demasiado clara: se baten contra toda forma de autoritarismo, contra toda vulneración del estado de derecho y contra cualquier tentativa de regreso a prácticas reñidas con la ética. Por lo menos es posible asomar tres cosas: una postura ética irrenunciable, una postura política que implica devolver al país la comunicación y la reconciliación nacional y una vocación de futuro enraizada a los horizontes de una democracia posible. Ante ello bien vale una de las preguntas claves de Kant: ¿Qué podemos esperar? Podemos esperar al menos que el presente movimiento juvenil se constituya en un dique de contención contra el despliegue de una ya declarada agenda autoritaria; que sirva para repensar al país de cara al futuro sin los dogmas ni las prácticas de la vieja derecha ni de la izquierda radical que hace tiempo se quedó sin fundamentos y sin enganche con las nuevas realidades. Es de esperar también una contribución para reconstruir el tejido de la sociedad venezolana y, especialmente, que devuelva la esperanza y el optimismo en nuestras reservas para el porvenir.

Notas

A manera de nota final, es preciso clarificar que el término juvenil no siempre es empleado en este ensayo con un significado cronológico. Muchas veces es usado o vertido como “nueva época”, “nuevas ideas”, “nueva mentalidad” o “pensamiento opuesto a la tradición”. De igual modo, en este trabajo sólo intentamos establecer la conexión entre movimientos fácticos, contexto y discurso ideo-filosófico.
Ciudad Bolívar, Venezuela. (Publicado en otros blogs)

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